viernes, 26 de noviembre de 2010

Artículo de opinión -> 1808: Nacen las dos Españas.

Ni el pueblo fue una piña en su lucha contra el invasor francés, ni todos estaban en contra de Napoleón, ni el conflicto discurrió igual en unas zonas de España que en otras, ni los guerrilleros respondían a unos mismos objetivos, ni las élites estaban de acuerdo sobre el régimen político a apoyar. La Guerra de la Independencia (1808-1814), cuyo bicentenario empieza a conmemorarse, figura entre los periodos más marcados por mitos, por tópicos o por versiones políticas interesadas. De cualquier modo, los historiadores que más han estudiado la época coinciden en que el país se dividió entre absolutistas y liberales, entre Ejército regular y guerrillas, entre afrancesados y patriotas...
Los ilustrados apoyaban a Francia, pero rechazaban la ocupación militar.
La participación de Inglaterra fue clave en la derrota de las tropas de Napoleón.

Algunos ilustrados, como Goya o Jovellanos, sufrieron en sus carnes y en sus almas el desgarro entre su simpatía por las ideas reformadoras de los franceses y su condena por los abusos de esos mismos ocupantes. Un baile de coronas (Carlos IV, Fernando VII y José I) en medio de una guerra en la que resultó decisiva la intervención de Inglaterra. En una palabra, un conflicto muy alejado de esquematismos y que es abordado por novelas y ensayos que han aparecido recientemente en las librerías o que lo harán durante los próximos meses, junto a exposiciones y debates.

Ronald Fraser, historiador nacido en Hamburgo en 1930 y formado en Inglaterra y en Estados Unidos, un gran especialista en la España contemporánea, resume así las claves del debate. "Lo más importante", explica, "es deshacer los mitos de aquella guerra, esa supuesta espontaneidad de los levantamientos populares del 2 de mayo de 1808, cuando en realidad fueron grupos de partidarios de Fernando VII los que instigaron las revueltas. Desde el comienzo de la ocupación, los viejos ilustrados eligen la modernización que representaban los franceses, frente a los fernandistas, que eran más bien reaccionarios.Bien es cierto que los dos bandos confluyen en algunas cosas cuando se discute la Constitución de Cádiz en 1812".

A juicio del profesor que más ha estudiado la historia social de aquella guerra, "el mito de una reacción unánime contra Napoleón fue alimentado por los liberales a lo largo del siglo XIX para crear el concepto de una nación española". Fraser sonríe cuando reconoce que una de las grandes paradojas de la Guerra de la Independencia y de las Cortes liberales gaditanas fue el posterior regreso al absolutismo que encabezó Fernando VII. A partir de un cierto momento, según Fraser, se extiende el rechazo popular a la invasión napoleónica y a la imposición de su hermano José Bonaparte como rey. "No obstante, las clases dirigentes se debaten entre la condena de la invasión, el apoyo a las ideas ilustradas y la desconfianza ante una plebe incontrolada. Para muchos españoles, tomar partido en aquella contienda fue un grave dilema moral".

El profesor Javier Fernández Sebastián, otro experto en la época, también coincide en que el liberalismo, muy distinto y más endeble que el francés o el inglés de la época, creó el mito de la nación española. "Además", afirma, "hay que reseñar que las ideas de patria o de independencia tenían un significado muy distinto del que podemos interpretar hoy, y en el análisis histórico siempre resulta fundamental ponerse en el lugar de los agentes sociales de cada momento. No podemos alinearnos con liberales, absolutistas o afrancesados desde actitudes actuales y cada vez más la historia apunta a buscar la razón de cada cual".

Después de manifestar que la Constitución de Cádiz, que se elaboró en mitad de la guerra y en plena efervescencia liberal, fue demasiado avanzada para la época, Fernández Sebastián subraya que esa revolución que alumbró el conflicto contra el francés se extendió a la América española, cuyos países empezaron a proclamar sus independencias de la Corona española en aquel periodo. "José I nunca fue reconocido como rey en la América hispana", subraya este catedrático de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco.

Aunque en el imaginario popular de algunos españoles y en lemas patrióticos de la política de hoy se olvida la participación extranjera en la Guerra de la Independencia, el papel de Inglaterra fue crucial en el desenlace de aquella contienda. Así lo ponen de relieve todos los especialistas, que, en mayor o menor grado, destacan que el hostigamiento de la guerrilla, el desplazamiento de tropas de Napoleón al frente ruso y el apoyo del Ejército inglés de Wellington a los españoles fueron los tres factores básicos para explicar la primera derrota seria del hasta entonces todopoderoso emperador francés.

Miguel Artola, uno de los historiadores más respetados y premiados de España, ha sido uno de los que más han investigado los aspectos militares de aquella guerra. Desde ese conocimiento, Artola relata que en 1808 la desproporción en favor de la milicia francesa en perjuicio de la española era abrumadora. "Napoleón", comenta el profesor, "había introducido novedades organizativas y mejoras en el armamento que convertían a su Ejército en muy poderoso. Francia puso en marcha, por ejemplo, la división como una parte del Ejército que integraba a todas las armas, es decir, infantería, caballería y artillería, y que permitía una gran movilidad de tropas. Aparte de esto, no conviene olvidar que el soldado francés de la Revolución y, luego, del Imperio estaba muy motivado desde el punto de vista ideológico. Además, cualquier soldado podía llegar a ser mariscal porque estaba integrado en un Ejército popular, no en una milicia profesional".

Otro de los mitos de la Guerra de la Independencia pasa por atribuir un hilo conductor, unos rasgos comunes, a todos los movimientos guerrilleros que surgieron contra el francés cuando se disolvió parte del Ejército regular español, mandado por oficiales que procedían de la nobleza. Lo bien cierto es que la guerrilla -que inventó una forma de hacer la guerra y acuñó una palabra que se utiliza en castellano en todo el mundo- estaba integrada por desertores cercanos al bandidaje, por campesinos o curas absolutistas o por artesanos liberales. "Había de todo", resume Artola, "en las partidas de guerrilleros, que jugaron un papel esencial al privar a los franceses del dominio del territorio. En ocasiones colaboraron con los restos del Ejército y en otras actuaron por su cuenta". Una multitud de situaciones, reflejo, en fin, de la conocida también como guerra del francés.

Comentario:

Las naciones han funcionados como marcas de fidelización del poder, controladas por grupos con intereses en conflicto. Están en juego el dominio sobre unos trerritorios, una población y unos recursos. El republicanismo democrático aspira a una sociedad reflexiva, responsable y libre. Hasta que las naciones sean simplemente nombres geográficos por los que los ciudadanos puedan moverse, las jerarquías de diverso tipo y la hipocresía e injusticia de las leyes y las morales al uso.  Vivimos en un Estado neofranquista y heredero de los borbones. 
Hecho por: Carla Lorena Gutiérrez Hurtado.






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